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10 noviembre , 2020

Los empresarios, la pandemia y el futuro.

Desde la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (FECOBA) compartimos una editorial redactada por la Camara de Empresarios Madereros y Afines (CEMA), entidad adherida a nuestra Federación.(*)

Culturalmente, a los Empresarios no se nos ve como lo que realmente somos y hacemos. Nos entusiasma emprender proyectos y tomamos todos los riesgos que ello implica: desde la idea inicial hasta el armado de la estructura y organización de una empresa, sin importar su tamaño. En la mayoría de los casos aportando capital propio.  Es escasa o nula la ayuda crediticia, ante el sinfín de requisitos y garantías que se nos exige. Y siempre teniendo que convivir con la expectativa de un resultado incierto. Generamos la mayor cantidad de puestos de trabajo y con ello damos la posibilidad a muchas personas de tener un trabajo genuino y alcanzar sus propios objetivos personales y familiares. Sin embargo, solemos ser vistos y rotulados como especuladores, egoístas, insensibles al dolor de los demás, dispuestos a avasallar los derechos de los otros. Lamentablemente, esto ha sido inculcado en la sociedad toda, lo que lleva de manera equivocada a que gran parte del imaginario colectivo esté convencido de que somos los que nos aprovechamos de los trabajadores, los responsables de la pobreza del país, y que debemos dar solución a los problemas los hayamos generado o no. Así es como somos vistos: como explotadores, casi como ladrones, en vez de reconocernos como parte de la sociedad que apuesta al crecimiento y desarrollo del país. Nuestra actividad, esfuerzo, riesgo, visión, y la generación de trabajo real al sistema, se ve amenazado cada vez más, debido a las condiciones adversas que sufrimos a diario.

La evolución de las relaciones del trabajo ha generado que los derechos de los trabajadores se vean cada vez más afianzados y respaldados, que las condiciones en los lugares de trabajo mejoraran y que muchos ex trabajadores se entusiasmaran y se volvieran empresarios. Esta loable evolución no ha sido equiparada respecto de los empresarios, donde nuestros derechos y condiciones de poder crecer y emprender nuevos desafíos, se ven siempre amenazados y expectantes a los cambios e imposiciones de nuevas restricciones y limitaciones de nuestras posibilidades. 

En ese marco, seguimos siendo los «malditos», “los insensibles”, “los explotadores”, entre muchos otros calificativos que recibimos a diario. Al empresario siempre se le puede pedir más, siempre se le puede exigir más. La empresa todo lo «banca». Y es por eso que generalmente la búsqueda facilista de la solución de los problemas recae sobre los empresarios, ya sea mediante aumento y/o creación de nuevos impuestos, cargas, tasas y responsabilidades, así como los juicios laborales siempre en aumento. Es muy revelador este último punto. En la justicia laboral, ya no se advierte justicia, no importa investigar para llegar a la verdad objetiva de quién tiene la razón sobre los planteos que se presentan. De nada sirven las pruebas y las argumentaciones que presentamos los empresarios, generalmente no son tenidas en cuenta. Lo que más les importa a los jueces, en la inmensa mayoría de los casos y para no ser cuestionados, es quién se presenta como el más débil y a quién hay que respaldar. Es más, poco importa lo que realmente le corresponda al empleado, ni que la empresa cada vez con más frecuencia quede en la ruina, lo que les importa es arribar, en la mayoría de los casos, a resoluciones que resulten políticamente correctas y eso lleva a condenar a los empresarios. Y esto en un marco legislativo que lleva a la estabilidad laboral eterna.

Y este imaginario colectivo, ha sido generado desde el Estado en sus distintas versiones y dirigencias. No tenemos registro de contar con un Estado y una sociedad que valore al empresario en los hechos, más allá de los discursos, como generador genuino de trabajo, como emprendedor de nuevos desafíos, como pieza fundamental para generar productos y servicios que generen riqueza y atraigan inversiones, eximiendo al mismo Estado de tener que incrementar el gasto presupuestario, como consecuencia del trabajo público.

Dentro de esta realidad, la Argentina, como el resto del mundo, sufre la pandemia, y más allá de las decisiones adoptadas por el gobierno, con una cuarentena interminable (acertada o no, la historia lo juzgará), una vez más y en mayor medida el peso recae sobre los «malos de la película», es decir, los empresarios, teniendo que absorber sus consecuencias. 

Poco importa el tiempo que no trabajamos, la disminución de la demanda, el cumplimiento de los protocolos, el tener que organizar una nueva forma de transporte para nuestros trabajadores, el seguir pagando salarios a los que pertenecen a los grupos de riesgo, los nuevos vicios que esta situación irregular genera en la relación laboral, la posterior ampliación de los grupos de riesgo, todo con nuevos y mayores costos, recae siempre sobre las empresas. Y cuando intentamos cumplir con las escasas ventas que podamos realizar, nos encontramos con la escasez de materias primas.

Esto no es una crítica a los que nos gobiernan ahora. Tampoco es una propuesta de acción.  Es un grito: ESTO NO DA MÁS. NO PODEMOS COMPETIR DENTRO DE ESTE ESQUEMA, NI EN EL MERCADO INTERNO NI EN EL MUNDO. YA NO SOMOS VIABLES, NO SOMOS SOSTENIBLES. Los sucesivos Gobiernos nos han ido llevando a esta situación de inviabilidad, a esta falta de futuro como comunidad, como país.

Es hora de plantearnos qué país queremos y cómo lo hacemos, entre todos, sin buscar ventajas sobre intereses particulares, ni partidarios, adaptando los buenos ejemplos que se pueden encontrar en muchos países del mundo. Apoyando al empresario para que pueda generar empleo, sin abrumarlo, simplemente dejándolo hacer dentro de un razonable marco legal establecido, sin modificarlo de acuerdo a los intereses y circunstancias. 

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 10 de noviembre de 2020.

(*) Las opiniones expresadas en este documento que no ha sido sometido a revisión editorial, son de la exclusiva responsabilidad de los autores y pueden diferir con las de la organización.

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